Durante 7 días y noches, a finales de enero de 2020, en medio de la sequía y el calor, un grupo que ondulaba entre las 10 y las 20 personas se reunión en una casa en Santiago, a 15 cuadras de la plaza de la dignidad.


Comer era el centro de todo. Comer y conversar.
¿Qué vamos a comer hoy? Tengo hambre. ¿Quién va a comprar? ¿Quién cocina? Yo lavo. Liberen la mesa, que ya está casi listo.
La cocina se transforma en el centro de operaciones materiales para la subsitencia del grupo. Las conversaciones giran en gran parte a su alrededor.
El tiempo se organiza entre comer, antes de comer, después de comer, cuánto falta para comer.







Todos los días y/o noches caminábamos a la plaza, en algún momento. A pasar un rato, a mezclarnos entre la gente, a treparnos al baquedano, o a juntarnos con alguien a conversar sobre lo que estaba pasando.





Conversar y tomar. Tener pensamiento ebrios, pensamientos borrachos. Conectar no linealmente. Desubicarse, salirse de la ubicación que la realidad pretende para uno.
Pensar ebrio, pensar sin sentido, más allá del sentido, contra el sentido.


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Luces de colores y máscaras. Cambiar la piel, cambiar la cara. Dejar de ser uno y devenir otro.



La escuela sucede entre la casa, la calle y la plaza. El aprendizaje como tránsito corporal entre las políticas de los difentes territorios. De la seguridad de la casa, al recorrer de la calle y la multiplicidad de la plaza.



Las noches combinaban video-conferencias online, alcohol, marihuana y calor. Los pensamientos nocturnos son diferentes, las conversaciones son más oscuras, los movimientos de los cuerpos más sensuales, las ideas más misteriosas y provocativas.




Escribir en el piso. Escribir a cuatro manos. Escribir y leer en voz alta. Escribir al mismo tiempo. Borrar, corregir, copiar, pegar, escribir, grabar, perder el archivo, recuperar, escribir otra vez, leer, imprimir, rayar, escribir, leer.
Leer en el piso, leer acostados, leer desnudos.