MANIFIESTO CAPUCHA



Sábado 1 de febrero 2020. Girardi, Santiago, Chile.

Lxs aquí presentes celebramos en este acto un proceso infinito de apertura a la desconstitución constituyente.

Nos paramos, nos acostamos, nos revolcamos, nos abrimos paso sobre el presente, el pasado y el futuro para hacer de esta acción una rasgadura en el presente neoliberal.

Con la fuerza de nuestrxs muertxs, con la imaginación mutante de lxs no nacidxs, festejamos la construcción de un territorio Otro donde podamos vivir y perder la forma.

Rechazamos la constitución de una nueva constitución. Celebramos su redacción infinita como acto performativo.

Escribimos mientras nos infectamos, nos movemos como proceso desconstituyente de escritura y reescritura, de borrado y control zeta, de ensayo y creación. Renunciamos al nombre propio, llamamos a perder la identidad, a perder la cara, el género, la nación, a devenir capucha, carne, sangre, organismo vivo y múltiple.

Llamamos a todxs lxs anonimxs, lxs desertores, lxs caídxs, lxs anormales, lxs desencajadxs. Llamamos y somos llamadxs a gritos por esas voces, para matar al padre, a la patria, al patrón, al patrimonio y al patrullaje. Para desertar de cualquier régimen de normalidad que pretenda reducir nuestras potencias.


Acá, juntxs, armamos la nueva matria. Sobre las ruinas de la antigua plaza italia un nuevo territorio se organiza.

Antiguamente, fue el nodo central de la conexión metropolitana, centro estratégico de la distribución del capital. Infraestructura moral del ordenamiento de los flujos de la mercancías. Espacio jerarquizado a partir de una rotonda, símbolo urbano del avance moderno y sus lógicas de organización eficiente y autorregulación controlada del territorio. Sobre la vereda sur: los accesos principales al metro, orgullo infraestructural del experimento neoliberal. Hacia el oriente: la fálica torre corporativa, controladora de los flujos de información y homenaje al consumismo de la caducidad programada.

Entre las ruinas de un proyecto totalizador tiramos piedras contra ese poder que se había vuelto arquitectura, espacio y ambiente. Contra ese poder que organizaba nuestros movimientos, nuestros comportamientos y nuestros deseos. Contra el machirulismo de ese poder vuelto hierro y hormigón, es que lxs cabrxs enfiestadxs ocupan las plazas y las grandes alamedas.

Se perdieron vidas pero la vitalidad crece, se perdieron ojos pero crecemos en una visión lateral, estrábica, autónoma y sudaka. Día tras días, barricada tras barricada, en un tiempo circular y cósmico, alzamos las ciudades del fuego: nuevos sentidos de circulación, múltiples, abiertos, no-fascistas. Nuevas formas de lo común, de la complicidad, del cuidado, del goce, de la amistad, del tiempo y la presencia.

Ahora todo está al revés. El tufillo a lacrimógena que desde octubre flota entre la moneda y la dignidad no es otra cosa que la asfixia de la antigua vida mula.

Ahora las cosas están más claras: si todavía quieren mantener sus bancos, sus malls y supermercados, qué asco, resguárdenlos bien weones, cúbranlos con esa chapa bien gruesa y si tanto les gusta su plata enciérrense en sus bóvedas. Nos gusta cuando te blindas porque estás como ausente.
Igual los vamos a saquear.




Declaramos el nacimiento del Territorio Autónomo de la Dignidad.

Este territorio no nació a la luz de un reloj. No hay certificado de nacimiento. No hay registros de su día y hora. Fue parido en la noche oscura, en la invisible niebla de la lucha, en el incierto momento en que el tiempo se prolonga continuo.

A la luz temblorosa de una fogata, sin padre ni madre, confundido con las ruinas de aquello contra lo que se levanta. Con sus antiguas baldosas y sus muebles construimos barricadas, con sus fachadas armamos campos contra los blindados, en sus parques hacemos crecer jardines de romero y marihuana, sus avenidas se vuelven laberintos de buses quemados, sus puentes devienen campamentos de deudores expiados de sus culpas.

Levantamos el asfalto para hacer respirar la tierra, para volverla permeable a la lluvia y sus espíritus. Levantamos las calles para dejar que la tierra, la lluvia y el fuego nos cuenten relatos ancestrales para vivir mejor, para imaginar una justicia no winka, una cuerpa colectiva, un lenguaje no binario, un inconsciente rebelde, un amor transexual, orgiástico y multiespecie.

Nuestro territorio es una frontera sin interioridad, puro umbral y transformación. Es un vivir en el borde. Un gran obstáculo al desarrollo sin fin.

Nuestras fronteras son móviles y permeables, tendientes a desaparecer, sedientas de acoger, de coger, de festejar y aprender de las formas de vida que resisten a este régimen de mierda hace siglos.

No queremos imponer una nueva norma.
No queremos erguir una identidad en contra de la que abandonamos.
No buscamos la independencia.
No es este un trámite político en dirección a una nueva identidad nacional, ni la cristalización de un nuevo mapa del poder, de una línea punteada con un color a un lado, y otro al otro.
No deseamos ni paz ni armonía.
Ni higiene ni salud.
Queremos vivir deseantes, comunales, mamarrachas, en tensión.

Nos expandimos convulsionando, para adentro y para afuera, inventando ritos de pasajes que nos permitan perder la forma.


Texto de producción colectiva.